viernes, 16 de diciembre de 2022

CUENTO: TRAGEDIA EN MANOS DE NADIE

TRAGEDIA EN MANOS DE NADIE

Los sueños y el destino se cruzan en medio de realidades efímeras, llenas de mermeladas sentimentales que se acogen a los deseos primitivos del ser humano.

sin embargo, soñar es mejor que pensar en el destino, porque del sueño se despierta y se llega a la realidad, pero del destino solo te libra la mano de Dios, dependiendo de las acciones que haces en tu realidad existente.

Una mañana como de costumbre, Javier, un empresario que empezaba a escalar en las esferas de la sociedad, salió para el trabajo con su corbata desajustada, el maletín en su mano derecha y en la otra su zapato. 

·         Amor, no desayunaste. Le gritó su esposa desde el comedor.

·         ¡No tengo tiempo mujer!

        -O sea que tampoco esta semana te vas a despedir de tus hijos, recuerda  que aparte de Eva tienes dos hijos más y una mujer…

·         Ya vas a empezar con tus cursilerías. Si pierdo el trabajo ¿quién nos dará de comer?

·         Un día de estos no nos vas a encontrar y entonces lamentarás no haber dicho siquiera adiós.

·         Un día de estos, yo seré quien no regrese. Le expresó tajantemente y con gotas de sarcasmos en sus labios.

Subió al carro y aceleró sin mirar atrás; mientras que en casa, quedó Julieta y sus tres hijos, a quienes ella debía cuidar y custodiar como fiel guardiana, todos los santos días de la semana, haciendo honor al viejo adagio machista que reza: “El hijo es pa´ su madre”

El mayor de ellos, se llamaba Caín, quien se quejaba a diario, porque debía ayudar a su madre con los quehaceres de la casa, mientras que su otro hermano menor de cinco años, Abel, solo jugaba y hacía desastres por todos lados y Eva, quien apenas tenía 10 meses de nacida, dormía plácidamente en la cuna.

Cuando llegaba el jueves, el cansancio empezaba a notarse, Julieta estaba ojerosa por los desvelos diarios, la rutina y el orín que debía sacar dos o tres veces por semana, porque  Abel casi siempre se hacía “pipí” en la cama, orinando todo el colchón con su agua tibia y bendita, por el miedo a despertarse en la oscuridad, en medio de la noche y el temor al reproche que la madre  le hacía cada vez que él la levantaba para decirle que lo acompañara.

El estrés por la vida que llevaba, la había convertido en una persona amargada y resentida, e incluso, ella había perdido hasta su vida social, quedando enclaustrada entre paredes, con una vida monótona que hace tiempo había perdido sus colores. Andaba en harapos, descalza y espelucada, tenía más de cinco años que no renovaba su closet.

Esa noche, aburrida de su miserable vida, le llamó la atención a sus hijos usando términos despectivos y le advirtió a Abel:

·         Como esta noche te orines, te cortó la “pisinga” para que no me sigas dando más trabajo, ¡puerco del carajo! Le gritó de forma iracunda, frente a su hermano mayor, quien terminaba de recoger los juguetes del suelo y los pañales de la niña.

A veces los adultos, actuamos estúpidamente y no medimos el filo de nuestras palabras, sabiendo que éstas tienen poder y que una frase mal dicha, puede llamar a la desgracia.

Desde ese día, Abel no volvió a orinar, en la cama, el miedo pudo más que sus necesidades, pero como consecuencia, obtuvo un daño renal severo, lo que le produjo incontinencia urinaria y debido a esta situación, todas las noches debía dormir con pañales. 

Un viernes por la noche, Julieta muerta del cansancio, olvidó colocarle el pañal a su hijo y éste cuando no pudo aguantar sus ganas de orinar, algo que por su condición le era imposible, decidió orinarse al lado de Caín, para que no lo culparan a él, ya que las palabras viperinas de su madre, rondaban por su mente, constantemente. 

Eran las cuatro de la mañana del día sábado, cuando el hermano mayor sintió el cálido líquido corriendo por su cuerpo, se levantó iracundo y siguiendo al pie de la letra las palabras de su madre, cogió el cuchillo y le cercenó el pene a su hermano de un solo tajo. 

Abel pegó un grito desgarrador, de modo que Caín, rápidamente le puso la almohada en su rostro para evitar que siguiera chillando, sin pensar, que esto le causaría la muerte a su hermano más rápidamente.

La mamá, muerta del cansancio, ignoró el alarido estremecedor y Caín aturdido por lo sucedido, viendo la sábana empapada de un rojo púrpura y el cuerpo inmóvil de su hermano, decidió callar y salió a ocultarse detrás de la camioneta en el garaje, donde se desmayó al sentir que le faltaba aire en sus pulmones. Eran las 5:00 a.m. aproximadamente, según el dato arrojado por la entidad de criminalísticas en los días próximos a la noche trágica. 

Por la mañana, Julieta se levantó después de haber tenido un sueño profundo, tomó a su hija y la colocó en la bañera. Abrió levemente la pluma y salió a echarles un vistazo a sus hijos, sin saber el fatídico drama que iba a encontrar en medio de las mortuorias sábanas.

La estela de sangre fue tal, que llegó hasta  la puerta de entrada y Julieta al poner su pie en el interior del cuarto, patinó en medio de coágulos de sangre y se fue de bruces al suelo, dándose un fuerte golpe en la  cabeza.

Rápidamente se levantó y empezó a balbucear palabras soeces, mientras se dirigía a encender la linterna.

·         ¡Hoy es el día que le meto su limpia! Tanto trabajo y así es como me levantan, ombe…

No obstante, al prender la luz, notó que sus manos estaban llenas de sangre, al igual que su vestido, entonces ágilmente se acercó a la cama de su hijo, pero para su infortunio ya el cuerpo estaba pálido y helado, Abel tenía cerca de dos horas de haber fallecido, asfixiado y desangrado.

En ese momento, quedó toda aturdida y modorra, entonces empezó a dar gritos ensordecedores que despertaron a toda la cuadra, ni siquiera los gritos de las sirenas que acechaban a Ulises en medio del océano, fueron tan profundos como estos. El lamento quedó impregnado en todo el ambiente.

Tomó a su hijo en brazos y salió corriendo a su auto, teniendo la esperanza de llevarlo con vida al hospital, pues la impresión y el dolor fueron tan grandes, que en ese momento para ella, era difícil diferenciar un cuerpo lívido de un cadáver, pues con sus lágrimas cubría cada parte de la superficie inerte de su hijo.

Encendió rápidamente  el vehículo y retrocedió bruscamente, sin darse cuenta, que en la parte posterior estaba su hijo Caín recostado, quien se había desmayado debido al estupor provocado por su funesta acción. 

Al sentir que al carro le costaba salir del garaje , se bajó en medio de la zozobra, sin pensar que había aplastado el cráneo de su hijo con las llantas traseras.

·         ¡No… por Dios! Mi otro hijo no, Dios mío, ¿Por qué me haces esto? Qué he hecho para merecer tu indolencia.

·         Agarró al otro cuerpo como pudo y lo subió también al carro, en ese instante su alma parecía abandonar su cuerpo y la esquizofrenia se apoderó de ella.

Salió del garaje y aceleró su carro a toda velocidad. Afortunadamente para otros, a esa hora de la mañana el tráfico era poco, así que pudo manejar con más libertad y pudo pisar a fondo el acelerador.

Tomó el celular de la guantera y le marcó a su esposo, quien apenas lograba conciliar el sueño después de una noche de negocios; es decir, de una parranda de ricos.

-Julieta, ¡qué te pasa! ¡Estás loca o qué! Le reprochó sin antes escuchar una palabra de ella. 

- jejejeje, tú como siempre, tienes todo el tiempo del mundo para tus amigos, menos para tu familia. Solo llamo para decirte que Caín y Abel no respiran; están pálidos, helados y reventados. Voy al hospital,  jiji; pero no te preocupes, sigue en lo tuyo.

- ¿Cómo así mujer? ¿De qué me hablas? Ahora si te chiflaste… ¿Y la niña?

·         En ese momento un rayo de lucidez le llegó espontáneamente a ella y recordó que su hija la había dejado en la tina con la llave abierta….

·         ¡Noooooooo! Mi linda Eva noooo, ¡Dios! ¿Qué hice?….

Frenó el carro a una velocidad de 120 km por hora, provocando al instante el volcamiento de éste, el cual quedó literalmente hecho trizas…

En ese momento quedó un silencio rotundo, al rato, se escucharon sirenas y un celular que no dejaba de timbrar… era Javier que no paró de marcar después de haber escuchado a Julieta, al parecer ahora sí tenía el tiempo suficiente para hacer una simple llamada, de la cual se olvidaba durante toda la semana; puesto que siempre estaba en viajes de negocios.

-Aló, Julieta….

- No señor, no es  Julieta.

- ¿Con quién hablo?

- Habla con uno de los paramédicos que están atendiendo al accidente, del vehículo identificado con placas QEPD 123, dónde acaba de fallecer una señora y al parecer sus dos hijos…

Atónito, miraba para todos lados, recogió las llaves del carro y en raudo vuelo salió en bermudas. Esa fue la primera vez que acudió tan diligente al encuentro con su familia.

A mitad de camino, recibe una llamada de sus vecinos, quienes le contaron sin reparo, que habían encontrado el cuerpo de su hija Eva, flotando en una tina…

Esta noticia fue fulminante, pues a pesar de su indiferencia, Eva representaba para él, el cariño que había abandonado de su familia.

En ese instante, sintió un fuerte dolor en el brazo izquierdo, como si le amarraran un torniquete, luego una fuerte presión en el pecho y por último, su corazón debilitado, dejó de latir. Por su mente  cruzaron todos los bellos recuerdos que tuvo con su familia y al fin reconoció que había sido un completo miserable, que se había dejado atraer por los afanes capitalistas, como una polilla hacia una linterna en medio de la penumbra. Aunque ya era tarde, pues la parca le susurraba al oído. Perdió la conciencia y fue a caer rumbo a un abismo, donde terminó envuelto en láminas metálicas que adornó con el rojo vivo de su sangre.

Al día siguiente y durante toda la semana, se habló de esa trágica noche, en la que contaban el fatídico final de una familia, que abandonó este mundo cruel; empero, sólo quedó reducido a eso, en un simple titular de una noticia más de las que se ven a diario. 

Por esta razón, valora cada momento y comparte el tiempo junto a tus seres queridos, porque nadie sabe el día en que la muerte te invitará a su aposento.

Y es así estimado lector, como concluye esta historia, ahora de ti depende encontrar ¿quién es el culpable? ¿Acaso será Julieta, Javier, Caín o la sociedad?

¡Espero tu respuesta ¡ 


Autor: Alfonso Aldana Machado. 

Glosario.

pisinga: nombre despectivo del pene.

Cursilería: Que pretende mostrar un refinamiento expresivo o un sentimiento apasionado pero resulta ridículo y excesivamente delicado.

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miércoles, 9 de noviembre de 2022

CUENTO: VIAJE A LA CAPITAL

 

VIAJE A LA CAPITAL

El día que viajé a la capital me sentí muy extraño, estaba intranquilo y muy preocupado, porque después de estar viviendo treinta años en la costa, era la primera vez que viajaba a hacia esa ciudad,  de la que se decía, era inmensa, fría y gris.

La noche anterior al viaje, estuve pensando a cada instante en la imagen de la gran ciudad, por la noche, me despertaba a cada hora creyendo que ya era tiempo de partir, primero me desperté a la una, luego a las dos y después a las tres de la madrugada, la noche parecía alargarse en un tiempo entumecido. Las manecillas del reloj no giraban  como de costumbre. Sentía los tic tac del minutero más lentos, e incluso podía contar los suspiros que hacía. Deseaba con ansias que llegara la hora de salir, pero éste pensamiento parecía congelar aún más el tiempo.

A veces creo que el tiempo es un juego mental, que avanza y se detiene según la necesidad de las personas, pero lo extraño es que siempre va en nuestra contra; es decir, cuando quieres que transcurra rápido se detiene, pero cuando necesitas que se haga lento, parece que se le despegara la aguja al reloj.

Como el bus salía a las cinco de la mañana,  decidí no dormir más, terminé de arreglar la maleta, me bañé e hice las necesidades del cuerpo, porque ya me habían advertido que era mejor estar preparado para un viaje de 24 horas.

Salí de casa a las cuatro, pensando que solo iba a demorar 30 minutos en el taxi hacia la terminal de transporte. Todo iba bien, trataba de relajarme un poco, pero el bendito conductor parecía no saber de las virtudes del silencio. En menos de 15 minutos me había contado casi la mitad de su vida como chofer.

De pronto, el carro bajo la velocidad y los postes de luz parecían inmóviles. Me acerqué al conductor y le dije:

-          Señor…¿qué pasa? voy con tiempo… ¿podría ir más rápido?…

-          ¡Erda mi vale! Qué más quisiera, pero hay tremendo trancón, al parecer hubo un accidente, pero no se preocupe que apenas despejen un poco, me abro paso y chancleteo este carro. Contestó con rostro despreocupado.

Miré nuevamente el Reloj. Faltaban 15 minutos para las cinco y apenas iba a mitad de camino. En situaciones como esas es mejor no pensar en el tiempo. En este instante, las manecillas del reloj ya no avanzaban tan lento como en la noche, parecía que la aguja se había despegado y el minutero giraba a la velocidad del segundero. Empecé a sudar y el calor se hizo insoportable, entonces, decidí guardar la chaqueta para el frío, en la maleta.

Al ver mi inquietud, el chofer, hizo una maniobra ilegal, pasando al andén y pudo avanzar unos metros para doblar en una cuadra siguiente, condujo en contravía unos cien metros para evadir el trancón y salió delante del accidente. El policía de tránsito, se quedó mirando el auto con rostro iracundo, pero no podía hacer nada, porque estaba sólo en tremendo enredo.

Sentí nuevamente el frio de la mañana en mis mejillas y el tiempo del reloj empezó a estabilizarse, sin embargo, decidí no volver a mirar mi muñeca para no estresarme más.

Le pagué al conductor antes de llegar y apenas arribé al terminal, cogí la maleta y el morral, agilicé el paso. El reloj acababa de sonar, eran las cinco de la mañana, presenté el ticket y me dirigí al auto bus, ya estaba a punto de partir. Le entregué las maletas al ayudante y me subí en un santiamén.

Busqué el número de asiento asignado y me dispuse a tranquilizarme un poco.

Pero… no había recorrido dos horas, cuando el frío empezó a golpearme, miraba alrededor y todos ya tenían puesto sus gruesos abrigos y chaquetas impermeables. Por más que frotaba mis manos y las apretaba contra el cuerpo, no lograba conseguir algo de calor. La compañera de al lado me miraba inquietamente y un tanto preocupada.

-          Señor… y su chaqueta? Me preguntó un poco tímida.

-          La dejé en el maletero, pensé que no era necesario, pero apenas hagamos una parada la busco, sino voy a tener que buscar una costillita caliente, porque este frío está muy verraco. Contesté mirándola fijamente con ojos de galán empedernido. Pero ella solo sonrió un poco y se tapó de cuerpo entero con la manta que llevaba.

Después de cuatro horas de camino, empecé a titiritar, se me pusieron las manos pálidas y los labios resecos, mi cuerpo parecía helarse. Me acerqué nuevamente a mi compañera de viaje, le toqué el hombro levemente varias veces y le pregunté:

- Disculpa la molestia  ¿cuánto falta para la primera parada?

Ella se asomó por la ventana, miró su reloj y contestó: -Creo que media o una hora? Se levantó un momento y sacó de su bolso una barra de maní. Es increíble como mi cuerpo mal acostumbrado,  comenzó a inquietarse aún más. Ya no sólo era frío, empecé a bostezar seguidamente y mis tripas retumbaban de un lado a otro, parecía que las lombrices tuvieran una fiesta con heavy metal.

No podía disimular para nada y ella no tardó en darse cuenta.

-          ¿Quieres un poco? Está bien rica, te ayudará un poco con el frío.

Entonces con mi ego de macho cabrío, lomo plateado y barba de albañil, le dije:

- Tranquila… ya estoy acostumbrado. Esto no es nada, además no quiero comer tanto, últimamente he tenido problemas de estómago; de todas formas te agradezco, eres muy amable. Ahora reconozco que quien habló fue el orgullo, porque por dentro estaba que quería arrancarle esa barra de maní.

Cerré los ojos y decidí esperar, a veces es mejor distraer a la razón ignorando lo que el pensamiento abre con la realidad;  Sin embargo, nuevamente el bendito tiempo jugaba en mi contra…

De un momento a otro,  sentí que el bus se detuvo. Habíamos llegado a la primera parada, así que me dispuse a salir, pero casi me voy de bruces al suelo, porque mis piernas se habían entumecido por el frío y las tenía totalmente dormidas, me di dos cachetadas, golpeé mis rodillas y empecé amover las puntas de los pies adentro y hacia a fuera, después de unos segundos, logré levantarme y caminé con sigilo, agarrándome con mucho cuidado de las sillas hasta que mi cuerpo se activó por completo otra vez.

Muchos corrieron a los baños y otros se dedicaron a estirar su cuerpo, yo en cambio, me fui de una para el restaurante. Pedí un “corrientazo” y me sirvieron una taza de caldo de costilla, un plato de arroz con carne al bisté, tajada amarilla y frijoles colorados. Me comí todo ligeramente porque no sabía que tiempo daban para merendar. Luego busqué al ayudante del bus y le pedí el favor de abrir el maletero para sacar mi chaqueta, pero el sinvergüenza me dijo de forma tajante: -¡No! porque no era permitido abrirlo antes de llegar al destino final del viaje. Entonces tuve que sobornarlo, diciéndole que había veinte mil razones para solucionar el problema. Tuve que hacerlo, porque sabía que el frio era insoportable y no podía llegar congelado a la helada capital. Mientras buscó la chaqueta, se acabó el tiempo  de estadía en ese paradero, así que no tuve tiempo de ir al baño.

Apenas subí, empecé a preocuparme. La mente es algo fregada y como al que no quiere caldo se le dan dos tazas; lo primero en que pensé, fue en los benditos frijoles. Luego de dos horas más de viaje, sentí que algo no estaba bien, la barriga se me aventó y las vísceras rugían a cada rato, me maree un poco. La cabeza me daba vueltas y el deseo de ir al baño a cagar ¡perdón! A defecar, fue algo imperioso, pero el bendito bus, solo tenía un orinal y un lava manos, así que intenté desistir de esa idea. Fui al baño y dejé escapar un peo lo más suave posible, para no levantar sospecha, pero fue en vano, porque el aire tóxico se quedó entre los calzones y al salir del baño empezó a salir por las botas del pantalón y por el cuello del suéter.  Me dirigí a mi puesto, con orejas de pescado,  tratando de esquivar además las miradas acusadoras de los pasajeros cercanos al baño. Pude notar a varios llevándose sus manos a la nariz y haciendo mala cara, como si sus peos fueran con aroma de jazmín.

Me senté cuidadosamente y traté de dormirme para ver si no pensaba más en las ganas de hacer del cuerpo. Me quedé inmóvil; no quería mover ni un solo bello del cuerpo, pero el esfuerzo fue en vano, ya que después de una hora más de viaje, nuevamente el tiempo volvía a hacer de las suyas. Ya no avanzaba tan rápido.

Sentí un malestar general en todo el cuerpo, empecé a sudar frio, se me puso la piel de gallina y nuevamente estaba aventado, los gases eran insostenibles, me levantaba prácticamente a cada minuto para ir al orinal, pero ya me daba pena con las pobres personas que estaban en las sillas de la parte trasera del bus. Los eructos no se hicieron esperar y el fuerte dolor de barriga era insoportable. Me meneaba de un lado para el otro, pero no hallaba ningún componte, al fin y al cabo nuestro cuerpo reacciona de esta forma al ambiente y a las reacciones químicas de las sustancias que ingerimos.

La muchacha de al lado, me miraba preocupada.

-          ¿Qué tienes? Pareces una hoja de papel y tus labios parecen de un funeral.

-          ¡Muchacha!...sí que eres exagerada, fueron los benditos frijoles, le dije disimulando un poco.

No terminé de hablar cuando se me salió un pedo, intenté detenerlo apretando las nalgas, pero fue en vano, la joven, quedó sorprendida, pensé que iba ponerse de mal humor, pero lo que hizo fue soltar una fuerte carcajada.

La gente ya estaba iracunda de la cantidad de gases tóxicos al interior de bus, así que una comitiva se dirigió hacia la cabina y le solicitaron al chofer que parara en un lugar cercano para que me permitiera ir al baño.

En menos de cinco minutos el chofer arribó en una estación de gasolina, así que me bajé rápidamente y de las ganas que tenía de hacer del cuerpo, no pensé en más nada, que sentarme en el inodoro. Definitivamente es verdad lo que dicen los abuelos, no hay cosa más sabrosa que cagar. ¡Perdón! Que defecar.

Apenas solté la primera tanda de heces, sentí un alivio enorme; parecía que había vuelto a nacer nuevamente, pero al mirar la papelera, oh sorpresa, estaba vacía y la letrina no quería bajar, así que los muertos quedaron ahí boyados. Me quité el pantalón y la ropa interior, cogí el bóxer y me limpié con él.

Me lavé las manos con abundante agua, pero tuve que continuar sin calzones hasta el viaje a la capital.

Cuando ingresé al bus nuevamente,  todos estaban riéndose y uno que otro me lanzaba ofensas, pero yo sólo sonreí y los ignoré completamente, al fin y al cabo aguantaron buenos pedos.

Me tomé un alka seltzer y me senté cómodamente, ahora el tiempo no me parecía importar, así que estiré las piernas, me abrigué bien y me dispuse a relajarme y disfrutar del viaje.

-          ¿Ya te sientes mejor? Me preguntó discretamente la compañera de al lado

-          Si… claro, mucho mejor, al menos ya no van a salir más gases, le dije sonrientemente y ella simplemente soltó otra carcajada y empezamos a conversar amistosamente.

Ella me dijo que su nombre era Carolina y yo le dije que me llamaba Steven. Compartimos muchas anécdotas y nos hicimos amigos de viaje, sin embargo, como la charla estaba tan amena, el bendito tiempo se fue volando.

Por fin, habíamos llegado a la Gran ciudad, nos bajamos del bus y cada quien siguió su rumbo, no hubo el que gritara de lejos, ¡adiós pedorro!…

El frio del aire en la ciudad era intenso, más frio que el del aire acondicionado del bus, así que decidí ir rápidamente al hotel, para darme un baño con agua caliente y evitar que se me congelaran los testículos, ya casi me sentía asexuado. Voltee para despedirme de carolina, pero solo logré divisarla a lo lejos, ni siquiera se me dio por pedirle su contacto, así que solo debía conformarme con el vago recuerdo de una efímera amistad que surgió en medio de pedos al interior del bus.

De vuelta a casa, preferí viajar en avión, es un poco más costoso, pero más placentero y el tiempo no puede hacerte malas jugadas, porque en un pequeño soplo o en un leve abrir y cerrar de ojos, ya estás en tu ciudad.

No obstante, también era la primera vez que viajaba en avión, y nuevas situaciones bochornosas me pasaron de regreso, pero esta anécdota te la contaré después.

 

Autor: Alfonso Aldana Machado

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los fondos que logren recogerse ayudaran a asociaciones campesinas dedicadas a la agricultura.

 

 

miércoles, 2 de noviembre de 2022

La Quinta carta de Paulo Paulo Freire

 ALFONSO ALDANA MACHADO

DOCENTE DE LENGUA CASTELLANA DE LA INSTITUCIÓN EDUCATIVA SAN FRANCISCO DE ASIS.
PROFESIONAL EN LINGÜÍSTICA Y LITERATURA.

ANALISIS E INTERPRETACIÓN DE LA QUINTA CARTA DE PAULO FREIRE.
PRIMER DÍA DE CLASES.
Paulo freire habla sobre diversos problemas a los que se enfrentan las maestras en un aula de clases, debido a que nunca hay una verdad absoluta cuando de temas sociales se trata.
Seguido de esto manifiesta, que el maestro en su primer día de clases se siente inseguro, tímido, cohibido, con temor para tomar decisiones, miedo que solo se vence si se asume con madurez y en vez de esconderlo se da a conocer, puesto que aflorar los sentimientos permite la comprensión de los presentes y a la vez les enseña que al igual que las personas del resto del mundo, es humano y por lo tanto puede sentir y equivocarse, con este acto se demuestra humildad, valentía y a la vez, se empieza a ganar la confianza de los educandos, dando a conocer que también de ellos se puede aprender.
En esta labor, el docente, de aula debe estar atento a todo; es decir, debe hacer lectura de la clase como si fuera un texto, para así poder entender la identidad cultural que poseen, las diferencias, los gustos a través de la interacción con el grupo.
Para realizar esta evaluación y seguimiento, una de las estrategias que se puede implementar es el diario de campo, el cual también se le puede sugerir a los educandos para que lo lleven y las observaciones puedan socializarse en espacios pedagógicos y de convivencia, donde se comparta las apreciaciones y experiencias.
Para esto debemos “observar muy bien, comparar muy bien, intuir muy bien, imaginar muy bien, liberar muy bien nuestra sensibilidad, creer en los otros, pero no demasiado en lo que pensamos de los otros”.
Este proceso de retroalimentación les indica a los educandos que la clase no se aborda solo desde contenidos, sino, que se tienen en cuenta las condiciones sociales, culturales y económicas del contexto, brindándoles protagonismo e importancia.

No obstante, para conseguir este pensamiento crítico, se requiere de docentes competentes, investigadores, innovadores, imaginativos, creativos y amorosos, que no solamente quieran, sino que sepan querer y aprendan a saber querer, solo de esta forma se lucha contra la discriminación, el rechazo, el autoritarismo, el desamor, el egoísmo y la maldad, fomentando en el ser de los educandos ideologías como el respeto y la defensa por su identidad cultural.
Todo lo anterior ayuda a acercar la escuela al educando, hasta el punto, que llega a ser considerada su segundo o primer hogar, asemejándose a lo que habían soñado, o anhelado los educandos, sin muchas exigencias o peticiones, puesto que el anhelo nace delo que se desea y no se tiene.
Cuando este pensamiento crítico y liberal es observado en los educandos, se pone de manifiesto el poder y la libertad que ejerce la democracia, hasta el punto, que se puede prescindir de reglamentos rigurosos o autoritarios para conseguir un buen comportamiento y sentido de pertenencia, en la medida que el estudiante se reconoce como ser social que habita en un espacio que comparte con otros que poseen los mismos derechos y deberes, y con los cuales se identifica.
Para Paulo Freire, este es el verdadero sentido de una escuela que piensa y cuestiona la realidad desde las vivencias y que comprende el mundo desde el mundo mismo, brindando con ello, las características y cualidades de una escuela en mejoramiento continuo, democrática y soñada, la cual está conformada por seres sociales.