miércoles, 9 de noviembre de 2022

CUENTO: VIAJE A LA CAPITAL

 

VIAJE A LA CAPITAL

El día que viajé a la capital me sentí muy extraño, estaba intranquilo y muy preocupado, porque después de estar viviendo treinta años en la costa, era la primera vez que viajaba a hacia esa ciudad,  de la que se decía, era inmensa, fría y gris.

La noche anterior al viaje, estuve pensando a cada instante en la imagen de la gran ciudad, por la noche, me despertaba a cada hora creyendo que ya era tiempo de partir, primero me desperté a la una, luego a las dos y después a las tres de la madrugada, la noche parecía alargarse en un tiempo entumecido. Las manecillas del reloj no giraban  como de costumbre. Sentía los tic tac del minutero más lentos, e incluso podía contar los suspiros que hacía. Deseaba con ansias que llegara la hora de salir, pero éste pensamiento parecía congelar aún más el tiempo.

A veces creo que el tiempo es un juego mental, que avanza y se detiene según la necesidad de las personas, pero lo extraño es que siempre va en nuestra contra; es decir, cuando quieres que transcurra rápido se detiene, pero cuando necesitas que se haga lento, parece que se le despegara la aguja al reloj.

Como el bus salía a las cinco de la mañana,  decidí no dormir más, terminé de arreglar la maleta, me bañé e hice las necesidades del cuerpo, porque ya me habían advertido que era mejor estar preparado para un viaje de 24 horas.

Salí de casa a las cuatro, pensando que solo iba a demorar 30 minutos en el taxi hacia la terminal de transporte. Todo iba bien, trataba de relajarme un poco, pero el bendito conductor parecía no saber de las virtudes del silencio. En menos de 15 minutos me había contado casi la mitad de su vida como chofer.

De pronto, el carro bajo la velocidad y los postes de luz parecían inmóviles. Me acerqué al conductor y le dije:

-          Señor…¿qué pasa? voy con tiempo… ¿podría ir más rápido?…

-          ¡Erda mi vale! Qué más quisiera, pero hay tremendo trancón, al parecer hubo un accidente, pero no se preocupe que apenas despejen un poco, me abro paso y chancleteo este carro. Contestó con rostro despreocupado.

Miré nuevamente el Reloj. Faltaban 15 minutos para las cinco y apenas iba a mitad de camino. En situaciones como esas es mejor no pensar en el tiempo. En este instante, las manecillas del reloj ya no avanzaban tan lento como en la noche, parecía que la aguja se había despegado y el minutero giraba a la velocidad del segundero. Empecé a sudar y el calor se hizo insoportable, entonces, decidí guardar la chaqueta para el frío, en la maleta.

Al ver mi inquietud, el chofer, hizo una maniobra ilegal, pasando al andén y pudo avanzar unos metros para doblar en una cuadra siguiente, condujo en contravía unos cien metros para evadir el trancón y salió delante del accidente. El policía de tránsito, se quedó mirando el auto con rostro iracundo, pero no podía hacer nada, porque estaba sólo en tremendo enredo.

Sentí nuevamente el frio de la mañana en mis mejillas y el tiempo del reloj empezó a estabilizarse, sin embargo, decidí no volver a mirar mi muñeca para no estresarme más.

Le pagué al conductor antes de llegar y apenas arribé al terminal, cogí la maleta y el morral, agilicé el paso. El reloj acababa de sonar, eran las cinco de la mañana, presenté el ticket y me dirigí al auto bus, ya estaba a punto de partir. Le entregué las maletas al ayudante y me subí en un santiamén.

Busqué el número de asiento asignado y me dispuse a tranquilizarme un poco.

Pero… no había recorrido dos horas, cuando el frío empezó a golpearme, miraba alrededor y todos ya tenían puesto sus gruesos abrigos y chaquetas impermeables. Por más que frotaba mis manos y las apretaba contra el cuerpo, no lograba conseguir algo de calor. La compañera de al lado me miraba inquietamente y un tanto preocupada.

-          Señor… y su chaqueta? Me preguntó un poco tímida.

-          La dejé en el maletero, pensé que no era necesario, pero apenas hagamos una parada la busco, sino voy a tener que buscar una costillita caliente, porque este frío está muy verraco. Contesté mirándola fijamente con ojos de galán empedernido. Pero ella solo sonrió un poco y se tapó de cuerpo entero con la manta que llevaba.

Después de cuatro horas de camino, empecé a titiritar, se me pusieron las manos pálidas y los labios resecos, mi cuerpo parecía helarse. Me acerqué nuevamente a mi compañera de viaje, le toqué el hombro levemente varias veces y le pregunté:

- Disculpa la molestia  ¿cuánto falta para la primera parada?

Ella se asomó por la ventana, miró su reloj y contestó: -Creo que media o una hora? Se levantó un momento y sacó de su bolso una barra de maní. Es increíble como mi cuerpo mal acostumbrado,  comenzó a inquietarse aún más. Ya no sólo era frío, empecé a bostezar seguidamente y mis tripas retumbaban de un lado a otro, parecía que las lombrices tuvieran una fiesta con heavy metal.

No podía disimular para nada y ella no tardó en darse cuenta.

-          ¿Quieres un poco? Está bien rica, te ayudará un poco con el frío.

Entonces con mi ego de macho cabrío, lomo plateado y barba de albañil, le dije:

- Tranquila… ya estoy acostumbrado. Esto no es nada, además no quiero comer tanto, últimamente he tenido problemas de estómago; de todas formas te agradezco, eres muy amable. Ahora reconozco que quien habló fue el orgullo, porque por dentro estaba que quería arrancarle esa barra de maní.

Cerré los ojos y decidí esperar, a veces es mejor distraer a la razón ignorando lo que el pensamiento abre con la realidad;  Sin embargo, nuevamente el bendito tiempo jugaba en mi contra…

De un momento a otro,  sentí que el bus se detuvo. Habíamos llegado a la primera parada, así que me dispuse a salir, pero casi me voy de bruces al suelo, porque mis piernas se habían entumecido por el frío y las tenía totalmente dormidas, me di dos cachetadas, golpeé mis rodillas y empecé amover las puntas de los pies adentro y hacia a fuera, después de unos segundos, logré levantarme y caminé con sigilo, agarrándome con mucho cuidado de las sillas hasta que mi cuerpo se activó por completo otra vez.

Muchos corrieron a los baños y otros se dedicaron a estirar su cuerpo, yo en cambio, me fui de una para el restaurante. Pedí un “corrientazo” y me sirvieron una taza de caldo de costilla, un plato de arroz con carne al bisté, tajada amarilla y frijoles colorados. Me comí todo ligeramente porque no sabía que tiempo daban para merendar. Luego busqué al ayudante del bus y le pedí el favor de abrir el maletero para sacar mi chaqueta, pero el sinvergüenza me dijo de forma tajante: -¡No! porque no era permitido abrirlo antes de llegar al destino final del viaje. Entonces tuve que sobornarlo, diciéndole que había veinte mil razones para solucionar el problema. Tuve que hacerlo, porque sabía que el frio era insoportable y no podía llegar congelado a la helada capital. Mientras buscó la chaqueta, se acabó el tiempo  de estadía en ese paradero, así que no tuve tiempo de ir al baño.

Apenas subí, empecé a preocuparme. La mente es algo fregada y como al que no quiere caldo se le dan dos tazas; lo primero en que pensé, fue en los benditos frijoles. Luego de dos horas más de viaje, sentí que algo no estaba bien, la barriga se me aventó y las vísceras rugían a cada rato, me maree un poco. La cabeza me daba vueltas y el deseo de ir al baño a cagar ¡perdón! A defecar, fue algo imperioso, pero el bendito bus, solo tenía un orinal y un lava manos, así que intenté desistir de esa idea. Fui al baño y dejé escapar un peo lo más suave posible, para no levantar sospecha, pero fue en vano, porque el aire tóxico se quedó entre los calzones y al salir del baño empezó a salir por las botas del pantalón y por el cuello del suéter.  Me dirigí a mi puesto, con orejas de pescado,  tratando de esquivar además las miradas acusadoras de los pasajeros cercanos al baño. Pude notar a varios llevándose sus manos a la nariz y haciendo mala cara, como si sus peos fueran con aroma de jazmín.

Me senté cuidadosamente y traté de dormirme para ver si no pensaba más en las ganas de hacer del cuerpo. Me quedé inmóvil; no quería mover ni un solo bello del cuerpo, pero el esfuerzo fue en vano, ya que después de una hora más de viaje, nuevamente el tiempo volvía a hacer de las suyas. Ya no avanzaba tan rápido.

Sentí un malestar general en todo el cuerpo, empecé a sudar frio, se me puso la piel de gallina y nuevamente estaba aventado, los gases eran insostenibles, me levantaba prácticamente a cada minuto para ir al orinal, pero ya me daba pena con las pobres personas que estaban en las sillas de la parte trasera del bus. Los eructos no se hicieron esperar y el fuerte dolor de barriga era insoportable. Me meneaba de un lado para el otro, pero no hallaba ningún componte, al fin y al cabo nuestro cuerpo reacciona de esta forma al ambiente y a las reacciones químicas de las sustancias que ingerimos.

La muchacha de al lado, me miraba preocupada.

-          ¿Qué tienes? Pareces una hoja de papel y tus labios parecen de un funeral.

-          ¡Muchacha!...sí que eres exagerada, fueron los benditos frijoles, le dije disimulando un poco.

No terminé de hablar cuando se me salió un pedo, intenté detenerlo apretando las nalgas, pero fue en vano, la joven, quedó sorprendida, pensé que iba ponerse de mal humor, pero lo que hizo fue soltar una fuerte carcajada.

La gente ya estaba iracunda de la cantidad de gases tóxicos al interior de bus, así que una comitiva se dirigió hacia la cabina y le solicitaron al chofer que parara en un lugar cercano para que me permitiera ir al baño.

En menos de cinco minutos el chofer arribó en una estación de gasolina, así que me bajé rápidamente y de las ganas que tenía de hacer del cuerpo, no pensé en más nada, que sentarme en el inodoro. Definitivamente es verdad lo que dicen los abuelos, no hay cosa más sabrosa que cagar. ¡Perdón! Que defecar.

Apenas solté la primera tanda de heces, sentí un alivio enorme; parecía que había vuelto a nacer nuevamente, pero al mirar la papelera, oh sorpresa, estaba vacía y la letrina no quería bajar, así que los muertos quedaron ahí boyados. Me quité el pantalón y la ropa interior, cogí el bóxer y me limpié con él.

Me lavé las manos con abundante agua, pero tuve que continuar sin calzones hasta el viaje a la capital.

Cuando ingresé al bus nuevamente,  todos estaban riéndose y uno que otro me lanzaba ofensas, pero yo sólo sonreí y los ignoré completamente, al fin y al cabo aguantaron buenos pedos.

Me tomé un alka seltzer y me senté cómodamente, ahora el tiempo no me parecía importar, así que estiré las piernas, me abrigué bien y me dispuse a relajarme y disfrutar del viaje.

-          ¿Ya te sientes mejor? Me preguntó discretamente la compañera de al lado

-          Si… claro, mucho mejor, al menos ya no van a salir más gases, le dije sonrientemente y ella simplemente soltó otra carcajada y empezamos a conversar amistosamente.

Ella me dijo que su nombre era Carolina y yo le dije que me llamaba Steven. Compartimos muchas anécdotas y nos hicimos amigos de viaje, sin embargo, como la charla estaba tan amena, el bendito tiempo se fue volando.

Por fin, habíamos llegado a la Gran ciudad, nos bajamos del bus y cada quien siguió su rumbo, no hubo el que gritara de lejos, ¡adiós pedorro!…

El frio del aire en la ciudad era intenso, más frio que el del aire acondicionado del bus, así que decidí ir rápidamente al hotel, para darme un baño con agua caliente y evitar que se me congelaran los testículos, ya casi me sentía asexuado. Voltee para despedirme de carolina, pero solo logré divisarla a lo lejos, ni siquiera se me dio por pedirle su contacto, así que solo debía conformarme con el vago recuerdo de una efímera amistad que surgió en medio de pedos al interior del bus.

De vuelta a casa, preferí viajar en avión, es un poco más costoso, pero más placentero y el tiempo no puede hacerte malas jugadas, porque en un pequeño soplo o en un leve abrir y cerrar de ojos, ya estás en tu ciudad.

No obstante, también era la primera vez que viajaba en avión, y nuevas situaciones bochornosas me pasaron de regreso, pero esta anécdota te la contaré después.

 

Autor: Alfonso Aldana Machado

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miércoles, 2 de noviembre de 2022

La Quinta carta de Paulo Paulo Freire

 ALFONSO ALDANA MACHADO

DOCENTE DE LENGUA CASTELLANA DE LA INSTITUCIÓN EDUCATIVA SAN FRANCISCO DE ASIS.
PROFESIONAL EN LINGÜÍSTICA Y LITERATURA.

ANALISIS E INTERPRETACIÓN DE LA QUINTA CARTA DE PAULO FREIRE.
PRIMER DÍA DE CLASES.
Paulo freire habla sobre diversos problemas a los que se enfrentan las maestras en un aula de clases, debido a que nunca hay una verdad absoluta cuando de temas sociales se trata.
Seguido de esto manifiesta, que el maestro en su primer día de clases se siente inseguro, tímido, cohibido, con temor para tomar decisiones, miedo que solo se vence si se asume con madurez y en vez de esconderlo se da a conocer, puesto que aflorar los sentimientos permite la comprensión de los presentes y a la vez les enseña que al igual que las personas del resto del mundo, es humano y por lo tanto puede sentir y equivocarse, con este acto se demuestra humildad, valentía y a la vez, se empieza a ganar la confianza de los educandos, dando a conocer que también de ellos se puede aprender.
En esta labor, el docente, de aula debe estar atento a todo; es decir, debe hacer lectura de la clase como si fuera un texto, para así poder entender la identidad cultural que poseen, las diferencias, los gustos a través de la interacción con el grupo.
Para realizar esta evaluación y seguimiento, una de las estrategias que se puede implementar es el diario de campo, el cual también se le puede sugerir a los educandos para que lo lleven y las observaciones puedan socializarse en espacios pedagógicos y de convivencia, donde se comparta las apreciaciones y experiencias.
Para esto debemos “observar muy bien, comparar muy bien, intuir muy bien, imaginar muy bien, liberar muy bien nuestra sensibilidad, creer en los otros, pero no demasiado en lo que pensamos de los otros”.
Este proceso de retroalimentación les indica a los educandos que la clase no se aborda solo desde contenidos, sino, que se tienen en cuenta las condiciones sociales, culturales y económicas del contexto, brindándoles protagonismo e importancia.

No obstante, para conseguir este pensamiento crítico, se requiere de docentes competentes, investigadores, innovadores, imaginativos, creativos y amorosos, que no solamente quieran, sino que sepan querer y aprendan a saber querer, solo de esta forma se lucha contra la discriminación, el rechazo, el autoritarismo, el desamor, el egoísmo y la maldad, fomentando en el ser de los educandos ideologías como el respeto y la defensa por su identidad cultural.
Todo lo anterior ayuda a acercar la escuela al educando, hasta el punto, que llega a ser considerada su segundo o primer hogar, asemejándose a lo que habían soñado, o anhelado los educandos, sin muchas exigencias o peticiones, puesto que el anhelo nace delo que se desea y no se tiene.
Cuando este pensamiento crítico y liberal es observado en los educandos, se pone de manifiesto el poder y la libertad que ejerce la democracia, hasta el punto, que se puede prescindir de reglamentos rigurosos o autoritarios para conseguir un buen comportamiento y sentido de pertenencia, en la medida que el estudiante se reconoce como ser social que habita en un espacio que comparte con otros que poseen los mismos derechos y deberes, y con los cuales se identifica.
Para Paulo Freire, este es el verdadero sentido de una escuela que piensa y cuestiona la realidad desde las vivencias y que comprende el mundo desde el mundo mismo, brindando con ello, las características y cualidades de una escuela en mejoramiento continuo, democrática y soñada, la cual está conformada por seres sociales.